La buena gente.





No te sonríen
con blancura dentífrica,
desde las páginas de una revista.
No acaparan flashes
en los eventos de moda.
No reciben premios
en las galas con más glamour
ni las multitudes
corean sus nombres
en el concierto de los poderosos.
Pero no lo necesitan,
para brillar con luz propia
en el baile de la historia.
Son el hombre justo, y la viuda pobre,
el profeta valiente
y la mujer perdonada.
Son el peregrino
que comparte su mesa y su palabra,
y el caminante que,
en su fatiga,
bromea y canta.
Son el carpintero
y la muchacha,
el alfarero y la criada, el emigrante
que no pierde la esperanza.
Son la buena gente, que en lo discreto,
transforma el duelo en danza.


José María Rodríguez Olaizola


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