La vida del migrante tiene mucho que enseñarnos. Es el aventurero obligado a confiar en los otros que deja todo por una idea, un sueño o, cada vez más, por salvar la propia vida. Habla del que sale de sí mismo y de sus propias seguridades para intentar superar límites políticos, sociales y físicos, aunque pueda fracasar en el intento.
Pero también es el rostro frágil que nos conmueve y que tiene heridas, hambre y sed de justicia. Personas que con su dignidad, valentía y esperanza nos dicen que la vida tiene mucho más valor que cualquier frontera.
Todos conocemos gente que ha tenido que abandonar su hogar, que sepamos reconocer en el extranjero al hermano necesitado y que no olvidemos que Jesús, María y José también fueron migrantes.
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