Siento hambre de silencios que se prolonguen más allá del horizonte. Estoy cansado de la eterna repetición de lo efímero, de la banalidad que distrae, que me aparta de mí, que me sustrae de lo único necesario.
Sentarme solitario en una banca, en medio de la ciudad, y esperar que amanezca.
Palpar en el bolsillo el vacío que deja mi ausencia, mis carencias innúmeras, mi pobreza ontológica, radical.
Vivo deshabitado.
Necesito desnudarme de mis otros yo que me suplantan. Recuperar a Adán, en el profundo centro de su extravío.
Adán que se vuelca, y se revuelca, sobre las criaturas, tan pérdidas y ciegas como él, cisternas agrietadas que no retienen el agua.
Redescubrir la Palabra que me nombra, la luz que hace ver la luz, el ser real,… la verdad ciertísima, indecible. Mi dignidad.
Todo proyecto de vida en Dios es un continuo retornar al paraíso.
Entre tanto, roto por la nostalgia, me toca convivir con el trigo y la cizaña que crecen en mi alma.
Y en mi lucha, mendigo el alivio de unas migajas de silencio.
Comentarios
Publicar un comentario