¡Dormíamos, despertamos!

"Una democracia decente necesita tanto de la calle como del parlamento, del grito como de la conversación, del movimiento como de la institución. Se amplía así el sentido de lo político y la esfera pública deja de identificarse con los dominios del Estado. La indignación ha convertido la calle y la plaza en un espacio público de libertades cívicas, autónomo frente al poder político y al poder económico".
En tiempos de turbulencia social y de cataclismos financieros, hay una indignación que se despierta ante el poder destructivo de lo humano y se despliega en torno al grito de “otro mundo es posible”. Nace en contacto con la inhumanidad, que hiere y ofende; hiere el sufrimiento evitable y ofende la injusticia manifiesta. 
Los fraudes y mentiras, la corrupción e impunidad, los recortes de derechos y pérdidas de libertades han convertido las plazas de las ciudades en el punto de concentración de jóvenes sin futuro en su propio país, parados, abuelos, profesionales, funcionarios, creyentes, no creyentes… gente normal y corriente. 
Se ha creado una masa crítica de indignación, cuyo epicentro ético es el sufrimiento evitable que ha desmoronado el sueño de una sociedad satisfecha. Y su epicentro político es la necesaria participación de ciudadanos activos en las decisiones que les afectan. 
Una generación recupera el espacio público como movilización social, rebeldía moral y capacidad de incidencia política ante el atropello a la dignidad o la vulneración de un derecho. Se confronta frente a lo inevitable, ya que las cosas pueden ser de otro modo.
Una democracia decente necesita tanto de la calle como del parlamento, del grito como de la conversación, del movimiento como de la institución. Se amplía así el sentido de lo político y la esfera pública deja de identificarse con los dominios del Estado. La indignación ha convertido la calle y la plaza en un espacio público de libertades cívicas, autónomo frente al poder político y al poder económico.

Los políticamente insignificantes y socialmente precarizados emergen como nuevos sujetos políticos, lo que comporta el fin de los actores únicos autosuficientes en la esfera política. Todo lo que es único ha fracasado; los partidos políticos hegemónicos inician así su particular desierto que les ha de llevar a mayor participación interna, a una honestidad exigente, a unas estrategias más preocupadas por la colaboración que por la propia organización. 
Bastará que la indignación por lo propio pase a centrarse en el sufrimiento de los que están peor situados y se abra a la liturgia universal de la solidaridad; bastará que no genere violencia gratuita, sino voluntad de verdad y de trasformación. Bastará que se trasforme en impulso para trasformar las instituciones, en energía para promover otros estilos de vida y en coraje para mantenerse en el empeño, aun cuando se descubra que querer no es siempre poder.
Nuestra sociedad no puede desperdiciar, como sucede en inútiles debates tertulianos, ninguna genuina experiencia social que produzca formas inéditas de democracia participativa, despierte la conciencia colectiva ante las injusticias, y estime la acción política que concilie el mejoramiento social con la promoción de la justicia.
Un amor eficaz es un amor airado. Los que no son capaces de sentir ira por lo que está ocurriendo… es que no aman realmente a la gente. 
Por Joaquín García Roca

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