«Los forjadores de historias»

«La soledad os besará a menudo», dice un precioso verso de Casaldáliga, en un poema sobre la vida de los célibes. Creo que en realidad ese verso se puede aplicar a todas las vidas. Hay una dosis de soledad en toda historia, en todo acontecer, en todo camino. Hasta quien vive constantemente rodeado de gente querida, tiene a veces que lidiar con la incontestable verdad de que, en algunos momentos, no hay nadie más, con una dosis de intimidad despoblada, con un espacio en el que no entra ninguna otra persona. Es solitaria la experiencia de perder a un ser querido. O el constatar que hasta la persona más amada está, a veces, a distancia, incluso aunque duerma cada noche a tu lado. Es solitaria la derrota, que en ocasiones nos vuelve ariscos y huraños, y puede serlo la victoria, si te hace distante o intratable. Es solitario ese espacio donde uno duda de sí mismo, y se siente más frágil, o la desnudez cuando te miras al espejo de dentro y te avergüenzas de lo que ves. Es solitario el trabajo que no compartes con otros, las horas de esfuerzo que nadie puede hacer por ti. Solitaria es la oración cuando Dios parece callar. Y los enfados, y las tormentas que nos zarandean, a veces, tras fachadas de calma y apariencia.
«La soledad os besará a menudo», dice un precioso verso de Casaldáliga, en un poema sobre la vida de los célibes. Creo que en realidad ese verso se puede aplicar a todas las vidas. Hay una dosis de soledad en toda historia, en todo acontecer, en todo camino. Hasta quien vive constantemente rodeado de gente querida, tiene a veces que lidiar con la incontestable verdad de que, en algunos momentos, no hay nadie más, con una dosis de intimidad despoblada, con un espacio en el que no entra ninguna otra persona. Es solitaria la experiencia de perder a un ser querido. O el constatar que hasta la persona más amada está, a veces, a distancia, incluso aunque duerma cada noche a tu lado. Es solitaria la derrota, que en ocasiones nos vuelve ariscos y huraños, y puede serlo la victoria, si te hace distante o intratable. Es solitario ese espacio donde uno duda de sí mismo, y se siente más frágil, o la desnudez cuando te miras al espejo de dentro y te avergüenzas de lo que ves. Es solitario el trabajo que no compartes con otros, las horas de esfuerzo que nadie puede hacer por ti.  Solitaria es la oración cuando Dios parece callar. Y los enfados, y las tormentas que nos zarandean, a veces, tras fachadas de calma y apariencia.  

«Los forjadores de historias»

Comentarios